Con la llegada del calor, al igual que ocurre en épocas de frío intenso, notamos cómo nuestra piel clama por hidratación. Es por ello que solemos recurrir con más frecuencia de lo habitual al uso de cremas potencialmente hidratantes, mascarillas y sérums con altas concentraciones de ácido hialurónico, entre otros. Sin embargo, en ocasiones, lo que tenemos no es una piel deshidratada, sino más bien una piel seca que no estamos tratando con los dermocosméticos adecuados.
Mi experiencia en la oficina de farmacia me indica que diferenciar entre una piel seca y una piel deshidratada puede ser bastante complicado. Por lo tanto, hoy estoy aquí para proporcionarles algunas pautas breves que les ayudarán a distinguir entre ambas y a aprovechar al máximo el cuidado de su piel.
Antes de entrar en las características específicas de cada tipo de piel, es importante señalar que una piel normal se caracteriza por tener una superficie lisa, flexible, sin fisuras ni grietas, y donde el proceso de renovación celular se lleva a cabo de manera imperceptible para el ojo humano. En una piel normal, el manto hidrolipídico está intacto, compuesto por ácidos grasos libres, triglicéridos, colesterol, ceramidas, proteínas y péptidos provenientes de la desintegración de las células más superficiales de la piel. Además, las glándulas sudoríparas suministran el agua necesaria. En términos generales, cuando a este film hidrolipídico le falta agua, se tiene una piel deshidratada, y cuando carece de lípidos, se tiene una piel seca.
Sabido esto, una piel seca es aquella donde el contenido en agua ha disminuido porque el contenido lipídico también lo ha hecho. Esto sucede cuando disminuyen los precursores del factor de hidratación natural de la piel, como consecuencia de patologías como la psoriasis o ictiosis, factores externos como el calor, el frío o la radiación UV o el uso de jabones y detergentes agresivos que provocan una disminución de los lípidos superficiales y por tanto un resecamiento de la epidermis apareciendo:
En el caso de una piel deshidratada, se experimenta una pérdida de agua, generalmente causada por la exposición a la radiación UV, al calor o al frío, factores externos que provocan una disminución del contenido de agua en el film hidrolipídico, pero manteniendo intactos los componentes grasos. Las principales características de una piel deshidratada son:
Las diferencias entre ambos tipos de piel son mínimas, y a estas pequeñas variaciones hay que sumarle el hecho de que la piel puede cambiar con frecuencia debido a modificaciones en el entorno, factores hormonales, la edad y la genética. Todo este conjunto puede hacer que una piel seca parezca deshidratada y viceversa. Incluso una piel grasa puede estar deshidratada si no se trata adecuadamente.